viernes, 7 de septiembre de 2012

Los sueños de Martina.

Martina era de esa clase de gente que memoriza las mil formas que dibuja el gotelé en el techo de la habitación, porque no conoce un plan mejor para sobrevivir que maldecir, tirada en la cama, a quien supuso que lo tangible es siempre más realidad que el tacto de una ilusión. A quien se resignó a los puntos y finales aún existiendo la magia de poder cerrar los ojos y seguir dejándose llevar por la imaginación.

Para Martina el día jamás se acaba y las cosas nunca salen mal, porque cerrando los ojos se pueden controlar todos los relojes, los horarios, las normas, los límites y las rutinas; puedes imaginarte siempre joven, siempre a tiempo.
Esa era la esencia de su vida, el poder bestial de aquella mente, capaz de jugar con los momentos y los espacios, de desmontar las fronteras y los planes del destino.

Lejos de la juventud, Martina viene arrastrando ilusiones desde hace más de cinco décadas. Tantos años acaban con las esperanzas y nunca dura tanto la inocencia, pero el ejercicio de desear en contra de los imposibles nos hace eternos.

Y así se convierte una mujer común en inmortal.

Cuarenta años limpiando el mismo suelo y barriendo los mismos desamores. Un puñado de décadas calzando la misma soledad. Llena la nevera a fin de mes con un trabajo que no ilusiona. En casa nadie la espera y tampoco comparte sofá. Una historia más de quien nace para ser corriente en un lugar cualquiera. Nadie mantendrá con suficiente fuerza su recuerdo, ni conocerá quién se escondía tras la piel de aquella mujer. A fin de cuentas qué puede guardar de especial alguien que se mueve entre el primer y octavo piso recogiendo el polvo y las oportunidades que los demás tiran por las escaleras.

Pero no conseguir la vida que quería y no alcanzar a ser lo que imaginaba que sería algún día, nunca convirtió a Martina en infeliz. Una mujer que arrastra el carrito de la limpieza desde niña puede del mismo modo empujar toda una vida con la fuerza de sus sueños. Puede que el azar no nos ayude a todos por igual a convertirnos en realidad de lo que aspiramos a ser, pero podemos vestirnos de la propia suerte de sentirnos llenos de la esperanza de amanecer pronto con el mundo bajo nuestros pies.

Así que Martina se vestía todos los días con una bata azul y un par de zapatillas que le daban un aire de señora apagada y mal humorada. Y cuando le pesaba la espalda de cargar con los problemas y recoger la marca de tristeza que dejaban la suela de los zapatos de los demás, volvía a casa y desnudaba su verdadero yo. Se tumbaba en la cama, cerraba los ojos, y se envolvía en la magia de soñar.

Y así era Martina…

1 comentario:

Namode dijo...

Me ha encantado ^^
Hace poco hice una entrada sobre los sueños... Es un tema que adoro x)
Un blog genial, un beso. Te sigo.
¿Me sigues? SencillosEscritos.blogspot.com :D

Lorena A.

Escribo por la misma razón que respiro

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