Un lugar siempre es más bonito cuando es imaginación y
recuerdo; y no lugar.
Quiero decir que deseamos más el sentirnos “en casa”
cuando estamos al otro lado del mundo.
Yo me imagino a toda esa gente que vaga
cada día por los subterráneos de Barcelona, de casa al trabajo y del trabajo a
casa, pendientes del móvil, de las últimas facturas o de la prisa de la ciudad
condal. Y luego me recuerdo a mí, cuando vuelvo, coleccionando billetes de
metro, instantáneas absurdas de cualquier fotomatón, servilletas de algún bar
de algún rincón que me recuerda a mi infancia y un puñado de nudos en la
garganta cada vez que paso por el colegio donde hice mis primeros amigos. Y
pienso en cómo sería si mi vida hubiese seguido allí; quizá criticaría a todas
horas lo caro que está el transporte, el frío que hace por las noches en
invierno y hasta tendría manía a la fachada naranja que esconde las clases en
las que estudié.
Pero lo cierto es que adoro viajar en autobús con la nariz
pegada al cristal con vistas a la ciudad, echo de menos ponerme bufanda y
anorak, la estufa vieja que mi madre preparaba a la hora de la ducha, y también
el sonido de las pulseras de mi profesora de mi primaria cuando escribía en la
pizarra.
Y me gusta mirar a la gente que corre por Barcelona y se pierde lo
bonito de estar allí.
Y al final, me alegro de no haber tenido tiempo de cansarme de tantas calles cuadriculadas y de tanto cielo gris. Y de sentirme
como en un sueño cada vez que vuelvo a casa, y que parezca que mi familia es
más familia sólo por la ilusión de los reencuentros.
Y por eso, el hogar se
siente más hogar cuando lo echamos en falta, pese a lo duro de vivir lejos de
los que queremos y de nuestra niñez, pese a la duda de cómo hubiese sido la
vida desde cerca. Y creo que estar lejos tiene la mejor de las ventajas: la
oportunidad y la esperanza de volver.
1 comentario:
Preciosa la frase principal, la de la mariposa.
Me quedo.
Besos.
Publicar un comentario